Viviana Taylor
A lo largo del tiempo algunas
características no deseables de la educación de adultos se han ido volviendo
estables, lo que ha contribuido a su naturalización. Esta es la razón por la
cual conviene explicitarlas, a los efectos de poder analizarlas, y así comenzar
a considerarlas ya no un rasgo propio de su “naturaleza” sino un problema a ser resuelto.
Algunos de los más comunes, y que
requieren ser considerados al formular propuestas formativas para docentes,
son:
1.
La debilidad de las políticas educativas
para atender la compleja realidad de la población joven y adulta. A pesar de
que en los últimos años, en Argentina se han propiciado políticas educativas
específicas, es necesario seguir profundizándolas y fortaleciéndolas, ya que la
educación de adultos suele ser considerada más como una herramienta de lucha
contra la pobreza que por sus logros educativos. Cambiar esta mirada implicará
consecuentemente revisar el presupuesto educativo destinado a esta modalidad:
la marginalidad en términos políticos y presupuestarios a la que estuvo
confinada durante toda nuestra historia la educación para jóvenes y adultos
(EPJA), impidió a lo largo del tiempo dar respuestas adecuadas a las
necesidades de la población potencial, a la vez que obstaculizó su abordaje
integrado a las políticas educativas generales. En parte, esta marginación se
ha ido destrabando a partir de decisiones específicas (como los planes
PROGRESAR y en FINES), pero es necesario extenderlas y profundizarlas.
2.
En general, las normas específicas para
esta modalidad son escasas: los marcos normativos presentan falencias tanto en su
dimensión pedagógica como institucional, y para adaptarse a situaciones diversas
propias de las características de la población de jóvenes y adultos.
3.
A esta modalidad se le suele asignar un
carácter remedial, ya que su
población aumenta proporcionalmente a la exclusión educativa de niños y jóvenes
en edad escolar. Consecuentemente, corre riesgo de convertirse en una
herramienta compensatoria del propio sistema.
4.
Es necesario revisar el alcance que le
damos al término “adulto”: se lo
relaciona en general con la edad de los sujetos, pero la mayor parte de los
jóvenes y adultos a quienes se destina esta modalidad proviene de sectores
marginados, excluidos del sistema productivo, con frágiles vínculos
relacionales y con el sistema de protecciones sociales, todo lo cual los
convierten en población vulnerable.
5.
La educación de jóvenes y adultos está
en general focalizada a la alfabetización y la terminalidad de la escolaridad
obligatoria, pero falla en su articulación con la realidad y sus necesidades
cotidianas como el trabajo, la producción, la organización comunitaria, la
salud, el medio ambiente, el desarrollo escolar.
6.
Cuando las hay, las propuestas de
vinculación con el mundo del trabajo se basan en la adquisición de destrezas y
habilidades para la inserción laboral. Este sesgo formativo, que fue
fortalecido por el marco legal con que contó en la década de los ’90, ha
impactado fuertemente en las prácticas actuales.
7.
Los puntos anteriores nos llevan a
considerar que las propuestas educativas para la población de jóvenes y adultos
deberían presentar diferentes formas de implementación según las instituciones,
los momentos históricos y socio-políticos, el contexto local-regional, los
marcos políticos generales… todo lo cual no es posible sin una discusión
abierta y profunda sobre el sentido que se le otorga.
A raíz de esta puntualización de problemas a resolver, en
diversas conferencias y debates en ámbitos educativos, académicos y políticos,
tanto nacionales como internacionales, las prioridades comunes sobre la
educación para jóvenes y adultos (EPJA) han sido las siguientes:
1.
Alfabetización como acceso a la cultura
escrita, a la información y a la educación permanente a lo largo de toda la
vida.
2.
Educación en la perspectiva del trabajo.
3.
Educación tendiente al desarrollo de la
conciencia crítica y el pensamiento autónomo.
4.
Educación para la ciudadanía, el respeto
a los derechos humanos y la participación activa.
5.
Educación de campesinos, pueblos
originarios y migrantes.
6.
Educación en contextos de encierro.
7.
Educación para un desarrollo local
sostenible, articulada con las necesidades y recursos de su comunidad.
Es por esto que se vuelve
necesario revisar –en principio- dos conceptualizaciones.
Por un lado, la noción de trabajo como base para poder analizar su
vinculación con la educación, considerando que el trabajo es parte del
desarrollo productivo y científico-tecnológico, pero también forma parte
constitutiva de la trama socio-cultural y política de toda la sociedad. Es a
partir de esta consideración que se plantea que la finalidad de la educación es
la formación del ciudadano y del trabajador: aspectos que son inescindibles.
Por otro lado, una definición
clara sobre los sujetos de esta
modalidad, para poder diseñar e implementar propuestas flexibles y diversas que
atiendan a la realidad cotidiana, a sus motivaciones e intereses. En este
sentido, es imprescindible reconocer la heterogeneidad de estos jóvenes y
adultos para repensar ofertas formativas pertinentes, sustantivas y ajustadas.
A esta consideración debemos
agregarle que no podemos soslayar que en su mayoría –como escribí más arriba-
provienen de sectores vulnerables de la población, lo que ha producido no sólo
nuevas subjetividades sino nuevas problemáticas, que hacen que el ejercicio
profesional de la EPJA se caracterice
por la necesidad de atender e intervenir en contextos que exceden la tarea
pedagógica, como problemas ligados a la ley o a la necesidad de asistencia por
la precariedad en las condiciones de vida, etc.
Así, podríamos señalar como las
condiciones más comunes que atraviesan a muchos de los jóvenes y adultos que
asisten a la EPJA:
1.
El no completamiento de sus estudios en
el sistema de educación común, muchas veces asociado a experiencias negativas
en su tránsito por la educación formal.
2.
La expulsión de la educación formal asociada
a conflictos sociales de diferentes índoles.
3.
El requerimiento de alfabetización y/o
formación básica.
4.
La exclusión del mundo del trabajo por
las nuevas exigencias de competencias y capacidades demandadas por el sistema
productivo.
5.
Población en contexto de encierro.
6.
Población heterogénea en edad,
experiencia de vida, situación familiar y laboral.
7.
Víctimas de inequidad social y de
género.
Condiciones todas estas que hacen
que los educadores de adultos se enfrenten a constantes desafíos, volviendo necesario
contar con estrategias de abordaje que contemplen la especificidad de estas
características para posibilitar una inclusión efectiva y evitar que los
sujetos que acuden en busca de educación vuelvan a ser expulsados por el
sistema educativo.
Paralelamente, es importante no
perder de vista que estos jóvenes y adultos no sólo son sujetos sino también
productores de conocimiento y transformadores del medio del cual provienen y en
el cual se desenvuelven.
Viviana Taylor